miércoles, 28 de febrero de 2018

¡La hora, juez!



Suele decirse que en el fútbol son solo 11 contra 11 y que nada más tiene injerencia en el resultado final de un partido. Aunque hay ocasiones en las que los árbitros, aquellos inmutables personajes encargados de impartir justicia, se convierten en protagonistas, como en el mítico gol fantasma de Hurst que le dio la Copa del Mundo a Inglaterra en 1966 o la histórica patada de De Jong a Xabi Alonso en 2010, pasando por un hito como la Mano de Dios o los bochornosos arreglos de partidos en Corea-Japón 2002.

   También hay varios que evidentemente no comparten la pasión por el arbitraje de algunos de sus colegas y desean que el encuentro termine lo antes posible, como ocurrió en el Paraguay 1-0 Irak de 1986, donde el juez pitó el final de la primera parte justo antes de que Radhi marcara lo que hubiese sido el empate; o en Brasil 2014, cuando el referí decidió terminar el cotejo entre Francia y Suiza, que culminó con una goleada por 5-2 a favor de los galos, previo a que un remate de Benzema ingresara en el arco rival.
   Situándonos en estos últimos casos es que encontramos uno los arbitrajes más polémicos: el del brasileño Gilberto de Almeida Rego, nada más y nada menos que en el debut mundialista de la Selección argentina. Ante un Gran Parque Central repleto, la Albiceleste comenzaría su recorrida por la Copa del Mundo de Uruguay un 15 de julio de 1930 frente al combinado francés, que había debutado un par de días antes goleando a México.
   Aquella tarde, el encargado de abrir el marcador para una Argentina a la que no le habían faltado ocasiones de gol fue el defensor de San Lorenzo Luis Monti, que de tiro libre rompió el cero a nueve minutos del final del partido. Aunque en realidad ese último dato se conocería luego, ya que apenas 180 segundos después de la anotación Almeida Rego decretó la finalización del encuentro, a los 84 minutos.
   La insólita decisión generó el repudio de buena parte del público, que en su mayoría era uruguayo e ingresó al campo de juego para increpar al juez brasileño y a sus asistentes, que aún no se habían percatado del error. Tras la intervención de la policía montada y ya con los ánimos más calmos, el árbitro dio marcha atrás y llamó a los jugadores, que ya se habían retirado a los vestuarios, para que completaran los seis minutos restantes, en los que el marcador permaneció estático.
   Casi 90 años después las dudas acerca de que le ocurrió al brasileño esa tarde continúan sin respuesta. Si habrá sido una simple distracción o el apuro por una cita a la que llegaba tarde nunca se sabrá, aunque lo cierto es que luego sería el encargado de impartir justicia en la semifinal que depositó a Uruguay en la definición, tras golear a Yugoslavia por 6-1. El resto ya es una historia bien conocida, que terminó con festejo celeste.

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