Suele
decirse que en el fútbol son solo 11 contra 11 y que nada más tiene
injerencia en el resultado final de un partido. Aunque hay ocasiones
en las que los árbitros, aquellos inmutables personajes encargados
de impartir justicia, se convierten en protagonistas, como en el
mítico gol fantasma de Hurst que le dio la Copa del Mundo a
Inglaterra en 1966 o la histórica patada de De Jong a Xabi Alonso en
2010, pasando por un hito como la Mano de Dios o los
bochornosos arreglos de partidos en Corea-Japón 2002.
También
hay varios que evidentemente no comparten la pasión por el arbitraje
de algunos de sus colegas y desean que el encuentro termine lo antes
posible, como ocurrió en el Paraguay 1-0 Irak de 1986, donde el juez
pitó el final de la primera parte justo antes de que Radhi marcara
lo que hubiese sido el empate; o en Brasil 2014, cuando el referí
decidió terminar el cotejo entre Francia y Suiza, que culminó con
una goleada por 5-2 a favor de los galos, previo a que un
remate de Benzema ingresara en el arco rival.
Situándonos
en estos últimos casos es que encontramos uno los arbitrajes más
polémicos: el del brasileño Gilberto de Almeida Rego, nada más y
nada menos que en el debut mundialista de la Selección argentina.
Ante un Gran Parque Central repleto, la Albiceleste comenzaría
su recorrida por la Copa del Mundo de Uruguay un 15 de julio de 1930
frente al combinado francés, que había debutado un par de días
antes goleando a México.
Aquella
tarde, el encargado de abrir el marcador para una Argentina a la que
no le habían faltado ocasiones de gol fue el defensor de San Lorenzo
Luis Monti, que de tiro libre rompió el cero a nueve minutos del
final del partido. Aunque en realidad ese último dato se conocería
luego, ya que apenas 180 segundos después de la anotación Almeida
Rego decretó la finalización del encuentro, a los 84 minutos.
La
insólita decisión generó el repudio de buena parte del público,
que en su mayoría era uruguayo e ingresó al campo de juego para
increpar al juez brasileño y a sus asistentes, que aún no se habían
percatado del error. Tras la intervención de la policía montada y
ya con los ánimos más calmos, el árbitro dio marcha atrás y llamó
a los jugadores, que ya se habían retirado a los vestuarios, para
que completaran los seis minutos restantes, en los que el marcador
permaneció estático.
Casi
90 años después las dudas acerca de que le ocurrió al brasileño
esa tarde continúan sin respuesta. Si habrá sido una simple
distracción o el apuro por una cita a la que llegaba tarde nunca se
sabrá, aunque lo cierto es que luego sería el encargado de impartir
justicia en la semifinal que depositó a Uruguay en la definición,
tras golear a Yugoslavia por 6-1. El resto ya es una historia bien
conocida, que terminó con festejo celeste.

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