| Foto: galeon.com |
Pocas son las certezas que hay sobre su vida. Nació en Camerún en 1977 y apareció por Uruguay a comienzos de 2002 para probarse como delantero en el Manya. Algunos dicen que venía de jugar en el Metz de Francia, aunque esto es inchequeable como casi todos los aspectos de su carrera.
Ya desde el vamos llamaba la atención por su físico, que era más parecido al de un boxeador que al de un futbolista. Sin embargo, y pese a sus limitaciones, se las arregló para mostrar sus dotes de goleador y en el amistoso que le pusieron como prueba frente a un combinado de Maldonado anotó 3 tantos.
Pese a no estar muy convencido, el entrenador Gregorio Pérez aceptó contar con Akongo, que rápidamente fue apodado por José Pedro Damiani, presidente de Peñarol, como el nuevo Spencer, claramente por su color de piel y no por mucho más.
El delantero comenzó a generar simpatía entre los hinchas carboneros, que veían en el torpe camerunés un personaje atípico para el fútbol uruguayo. Sin embargo, y pese a no ser titular, el atacante se las arregló para marcar 3 tantos durante el primer semestre: uno de ellos ante El Nacional de Ecuador para convertirse en el primer africano en anotar un gol por Copa Libertadores. Nada mal.
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La gente coreaba su apellido y parecía que podía nacer una leyenda de Peñarol. Pero la llama se apagó. Tras una lesión que le demandó más tiempo de recuperación de lo esperado (se quedó dormido mientras le aplicaba hielo a su rodilla) lo mandaron a jugar con la tercera, aunque no aceptó y luego de una pelea con la dirigencia rescindió su contrato en octubre.
Y a partir de allí la nebulosa. Algunos dicen que jugó en Bolivia, otros que lo hizo en el fútbol universitario peruano. También cuentan que pasó por China y que luego se radicó en Francia. Muchas dudas, ni una certeza.
Así fue el fugaz paso del legendario Akongo por Peñarol. Un delantero que no dejaba indiferente a nadie y que cuenta con alguna que otra anécdota genial, como la vez que frenó en pleno entrenamiento para orinar en medio de la cancha mientras Gregorio Pérez le gritaba que no debía hacer eso ahí. Quizá algún día podamos desvelar qué fue de la vida del camerunés.
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