Buenos Aires 2018: Siempre hay que remarla

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Después de mucho pensarlo, no encontré mejor definición para las vivencias de Aleksandar Duric que “una vida de película”. Nacido en 1970 en Bosnia-Herzegovina (en ese entonces parte de Yugoslavia), sufrió en primera persona la Guerra de los Balcanes, se exilió, vivió una experiencia similar a la de Tom Hanks en “La Terminal” cuando su pasaporte dejó de ser válido y, ya como futbolista, conoció todas y cada una de las canchas del ascenso australiano y se convirtió en ídolo en Singapur.

   ¿Algo más? Sí, fue campeón juvenil yugoslavo de canotaje con 15 años y representó casi de urgencia a la naciente Bosnia en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, mientras se desempeñaba futbolísticamente en el Szeged del ascenso húngaro. Pese a que no se subía a una canoa hacía años, Duric recibió la invitación del Comité Olímpico de su país, que recientemente había sido aceptado para participar de los JJ.OO.

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   Sin embargo, no había dinero suficiente para pagarle el pasaje, por lo que emprendió un increíble viaje sin siquiera tener un pasaporte válido. En primer lugar unió Hungría con Austria en un camión, aunque en la frontera tuvo problemas relacionados a sus papeles. Pero todo se solucionó y logró llegar a Eslovenia haciendo dedo, para por fin tomarse un avión hasta Barcelona. Y allí, como era de esperarse, no le fue nada bien: finalizó último en su ronda de repechaje de la categoría C-1500 con el peor tiempo de la competencia.

   Tras aquella experiencia única, el delantero volvió al Szeged, aunque para 1994 se mudó a Australia, donde jugó en varios clubes de ascenso previo a llegar en 2001 a Singapur, el país en el que convirtió casi 400 goles hasta su retiro en 2014 y que le permitió formar parte de su selección, con la que conquistó el Campeonato del Sudeste Asiático. Ya bien lejos del canotaje y de la guerra.